Hernán Lara Zavala

El último carnaval

Un homenaje póstumo al escritor mexicano.

Hace unos días murió Hernán Lara Zavala (1946-2025). Fue narrador, cronista de viajes, ensayista y profesor de literatura. Escribió, entre otras novelas, Charras —sobre el asesinato de un líder estudiantil en Yucatán— y Península, península, que transcurre en 1847 en la llamada Guerra de Castas.

A finales de 2023 conversé con él sobre El último carnaval, una novela de iniciación que transcurre en la Colonia del Valle a mediados del siglo pasado. Es un libro enmarcado por la nostalgia, la música y el espíritu de una generación que a la postre haría germinar el movimiento estudiantil.

Como un modesto homenaje póstumo a Hernán, recupero aquella entrevista. He decidido omitir mis preguntas e intervenciones para que sea su voz la que cuente la historia de la novela postrera de su bibliografía.

El último carnaval cuenta una etapa específica de mi vida sobre la que quise escribir durante mucho tiempo, pero estaba esperando a ser más viejo para tener la perspectiva adecuada, la que solo el paso de los años podría ofrecerme. No quería sumarme a la moda literaria que en ese entonces se había instalado alrededor de la juventud, especialmente con la literatura de la Onda. Admiro profundamente a José Agustín y el conocimiento que siempre tuvo del rock and roll, pero necesitaba encontrar mi propia voz. Sentía que para que mi novela tuviera profundidad y autenticidad, debía abarcar el mundo de los adolescentes, pero también el de los adultos.

La novela recoge muchas de mis propias experiencias vitales, aunque moduladas por la imaginación. Me parecía interesante empezar con una especie de homenaje al rock and roll, que fue fundamental en mi generación. Así surgió la primera parte titulada “Los Calacos”. En la segunda parte, la música evoluciona hacia artistas más intelectuales como Bob Dylan y Leonard Cohen. Para mí, una novela de formación no es solo acumular anécdotas juveniles, sino mostrar el difícil proceso de encontrar tu camino, donde intervienen la música, la literatura, el amor y, por supuesto, el sexo.

La música y la literatura son esenciales en mi vida, y sería imposible para mí elegir entre ellas. La música es placer puro, mientras que la literatura es tanto placer como trabajo, dado que también soy profesor de literatura inglesa. Pero ambas se complementan maravillosamente.

Otro carnaval importante en la novela es cuando el protagonista ingresa a la universidad y enfrenta las famosas “perradas”, un ritual que afortunadamente ya desapareció, pero que en su momento era durísimo. Te rapaban, te hacían correr en el “culódromo”, te cubrían de chapopote y plumas. Era un sufrimiento ritualizado que, visto ahora, se asemeja también a un carnaval grotesco.

La educación sentimental ocupa un lugar esencial en la novela porque, aunque el amor es uno de los mayores regalos de la vida, requiere aprendizaje, madurez emocional. Asimismo, la vocación es un elemento crucial. En los años cincuenta, la vocación femenina solía reducirse al matrimonio y la maternidad, pero ahora es evidente que tanto hombres como mujeres deben buscar con esfuerzo lo que realmente quieren hacer en la vida.

La confección de la escritura

La revelación y la intuición son aspectos fundamentales en mi proceso de escritura. No acostumbro a hablar mucho de mis ideas antes de escribir, porque siento que pierdo algo en el proceso. La escritura misma es fascinante pero exigente, y siempre viene acompañada por cierta inseguridad, aun después de años publicando. Al terminar un manuscrito, a veces siento que salió bien y otras tantas necesito corregir. Leo en voz alta para captar fallos de ritmo y fluidez, aunque trato de no sobrecorregir para mantener el estilo natural.

Al decidir cómo terminar una novela, siempre recuerdo que los buenos sentimientos tienden a debilitar la literatura. Prefiero los finales menos felices porque suelen dejar una impresión más profunda en el lector. En última instancia, la novela refleja cómo la vida misma puede ser vista como un carnaval, uno que en este caso se va degradando hasta convertirse en una especie de pesadilla. Aunque soy optimista, debo admitir que no estoy contento con cómo marcha el mundo hoy. Afortunadamente, siempre tendremos los libros como un refugio seguro.

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Yael Weiss