Ángel Soto | Periodista cultural / Editor / Traductor /

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Anne Boyer

“Soy el tipo de persona que sólo puede sobrevivir si se para ante un problema y lo aborda de frente”, dice la escritora estadunidense Anne Boyer. En 2014, cuando tenía 41 años, le diagnosticaron un cáncer de mama triple negativo, uno de los más agresivos; uno cuyo tratamiento es potencialmente mortal. “No quería mentirme sobre nada, quería entender de verdad, quería pensar en la muerte”, cuenta en entrevista.

Poeta y ensayista, Boyer (Kansas, 1973) desafió los pronósticos clínicos más desalentadores. En su tránsito por la enfermedad descubrió que quien padece cáncer se enfrenta a los clichés, mitos y tabúes que nimban a los pacientes, pero también a un mezquino sistema capitalista “de mercados, jefes, trabajadores y cuentas por pagar”, que se comporta como un bully moderno y que reclama su propio ritmo.

Autora de los libros Garments Against Women y A Handbook of Disappointed Fate, Boyer reunió el fruto de su experiencia en Desmorir. Una reflexión sobre la enfermedad en un mundo capitalista (Sexto Piso, 2021), que le mereció el Premio Pulitzer de No Ficción 2020.

Escribes prosa y poesía, por eso parece natural que una de las primeras preocupaciones en el libro sea el lenguaje, el léxico que acompaña a la enfermedad. ¿Cómo se relacionan las palabras con el proceso de lidiar con el cáncer?

Pienso que cualquiera que se descubre víctima de una enfermedad severa adquiere un vocabulario nuevo rápidamente. Palabras que antes ni siquiera conocíamos de pronto se vuelven muy importantes, y yo me sentía aterrada por ellas. Algunas me resultaban interesantes, pero otras eran eufemismos que me enfurecían porque trataban de maquillar la verdad en lugar de expresarla. Y a menudo ese es el lenguaje de la enfermedad o de cualquier tipo de trauma serio. Desmorir es una lucha con el lenguaje y el intento de inventar a una poeta.

Y en ese combate, el relato adquiere un ritmo que se aleja de los convencionalismos de la literatura sobre la enfermedad.

Eso se debe, en buena medida, a la imposibilidad de escribir el libro, porque me resultaba muy doloroso aprender a controlar la música que usualmente acojo en mi escritura y tejer un relato sobre un tema tan complejo. En ese momento me permití una licencia. Si bien éste no sería un libro de poesía, yo podía ser una poeta en el libro. Sólo así fue posible la escritura. Me propuse no temer que el resultado fuera extraño, porque quizá la belleza en el lenguaje y mi interés por la forma serían el motor que me permitiría seguir corriendo día tras día hasta que terminara la historia.

¿Qué tan difícil fue transformar el dolor en un acto creativo? ¿En qué momento decidiste recrear el sufrimiento mediante la escritura?

Entiendo completamente a la gente que enfrenta el cáncer, un trauma o alguna enfermedad seria y que no quiere volver a hablar sobre ello. Me parece el impulso con el que uno se puede identificar mejor; yo misma lo experimenté muchas veces. Pero no soy buena negando una situación como sí lo soy haciéndole frente. No quería mentirme sobre nada, quería entender de verdad, quería pensar en la muerte. En el libro cuento cómo le pido a mis amigos que no intenten hacerme dejar de pensar en la muerte, porque para mí representaba una gran oportunidad. No todos los días la muerte se posa junto a ti y te permite pasar un año realmente bueno, tan íntimo y cercano a esa parte de la experiencia humana. Eso no significa que fuera fácil. Considero que cada libro implica un costo para su autor, incluso aquellos que parecen frívolos. Cuando miro un libro, incluso uno no tan bueno, hay una parte de mí colmada de respeto, porque conozco cada una de las horas que requirió, el tiempo que hay que pasar alejados de la familia, de los seres queridos. Para mí también hubo un costo que pagar y fue muy difícil. Me entristecía, y aún me entristece, hablar sobre ello. Es una mezcla extraña, porque pude conocer a mucha gente con experiencias similares y percibí un sentido de solidaridad increíble con gente de todas las edades.

En tu libro Garments Against Women, al escribir sobre el concepto “información inadmisible”, dices que hay ciertas cosas que provocan malestar social. ¿El cáncer se inscribe en esa categoría?

Este es un tema complicado porque aún no está muy claro. Hubo un tiempo en que el cáncer era un tabú, y luego vinieron tiempos en los que prácticamente se nos intimida para hacer un recuento de nuestra propia enfermedad. Pero el recuento que nos conminan a hacer está limitado a un guión muy estrecho. La enfermedad en sí misma no es información inadmisible, es la verdad sobre la experiencia lo que no puede volverse parte de la conversación. Uno puede hablar sobre el cáncer mientras se limite a contar las historias positivas sobre victorias, pero hablar sobre las complejidades, las sutilezas y las distintas formas en que experimentamos la enfermedad, eso se vuelve inadmisible. Supongo que antes de padecer cáncer, ya tenía una obsesión por descifrar cómo hablar fuera del discurso dominante de la vida.

En ese discurso también está estrechamente ligado a la temporalidad. En A Handbook of Disappointed Fate escribes cómo era tu relación con el tiempo durante el proceso de la enfermedad. ¿Cómo ha cambiado esa relación ahora?

Empiezo a pensar que en la poesía en particular, pero también en toda la literatura, el tiempo es el medio. Pensamos que trabajamos con el lenguaje, pero quizá trabajamos más con el tiempo y con la manipulación de la experiencia temporal para que un poema pueda congelarla. Cada vez que vuelves a un buen poema, el tiempo se detiene una y otra vez. Una novela puede expandir un día, como esas novelas que relatan un solo día en 500 páginas, de modo que leer día puede tomar hasta dos semanas, pero también es posible comprimir diez años en un párrafo. Tenemos este entendimiento literario sobre el tiempo. Luego está el tiempo del cuerpo: nacer y morir, sentir dolor y estar enfermo. Mucha gente sabe que el dolor y la enfermedad destruyen la experiencia del tiempo, porque cuando los padecemos pensamos que el sufrimiento nunca terminará y nos sentimos cerca de la eternidad. Pero también está el tiempo de los mercados y del capitalismo; el tiempo de los jefes y trabajadores, las cuentas por pagar, las rentas y todas las cosas necesarias para sobrevivir. A este tiempo no le importan los otros tiempos. No le preocupa si estás en la eternidad del sufrimiento o si te hallas en el éxtasis del minuto congelado de un poema. Reclama su propio tiempo.

En el ensayo titulado “No”, incluido también en A Handbook of Disappointed Fate, escribes que “la historia está repleta de gente que se rehusó”. ¿Es esa una batalla que tendríamos que pelear ante el sistema?

No siempre logramos rehusarnos a lo que queremos. A veces la negación implica el costo de la muerte, un costo muy alto que pagar. Pero hay formas más sutiles de rehusarse. Una de las cosas que me intrigan sobre la organización de la sociedad respecto a la enfermedad es que ninguno de nosotros quiere que sea de esta forma. Los equipos médicos, los trabajadores de la salud tampoco querían que las cosas fueran así. Si empezamos a comunicar eso, también es posible rehusarse a ello. El nivel de inconformidad es tan alto entre todos los involucrados, que somos todos dado que tenemos un cuerpo, que quizá podemos movernos juntos hacia un rumbo en el que podamos decir que no a cosas que no queremos, que no sirven a nuestros intereses.

En el fondo se vuelve un asunto de batallas diarias.

Me parece que sí. De vez en cuando surge un gran gesto, pero más a menudo se trata de obstinación y negación colectiva.


Publicada originalmente en Laberinto, de MILENIO.