Cristian Lagunas
El lado izquierdo del sol, de Cristian Lagunas, es un producto del hallazgo y del vacío.
En 1957, el escritor japonés Yukio Mishima viajó a Mérida y a la Ciudad de México. Para entonces, ya había escrito un puñado de novelas geniales y célebres. No obstante, escasean los detalles de aquella aventura transcontinental.
Cuando Lagunas (Metepec, 1994) tropezó con el dato, intuyó que había ahí una historia que contar. ¿Qué hace un novelista con una historia que ofrece más huecos que certezas? Naturalmente, recurrir a la imaginación para completar las oquedades. “El vacío —dice en entrevista— fue una invitación muy poderosa”.
Cristian Lagunas conversa acerca de Yukio Mishima —el autor que lo hizo descubrirse como lector—, así como de los mecanismos que dieron forma a esta novela que obtuvo el Premio Mauricio Achar / Random House 2022.
¿Qué te atrajo de este personaje más allá de sus libros?
La mayor parte de la búsqueda fue ir más allá de sus libros. Con Mishima sucede algo particular: es muy difícil de aprehender, hay una ambigüedad en su figura, en su imagen pública, en su papel como escritor en el mundo. Todas esas complejidades me sugirieron un personaje con muchísimas capas, un personaje muy dúctil, muy movible. Pero me interesaba también su oscuridad, no tanto esa parte que ya es visible, sino esas otras partes que quizá sólo pudo permitirse estando a solas. Me preguntaba: ¿cómo actuaba Yukio Mishima cuando estaba solo? Es la privacidad y el encuentro consigo mismo y no tanto él con los otros.
Mencionaste la ambigüedad de Mishima como personaje, pero también propones la ambigüedad como recurso narrativo. ¿Por qué?
Porque creo que la ambigüedad sugiere misterio. No me gustan las novelas que resuelven todo. Cuando todo está resuelto, no hay una invitación a ir más allá. Quizá por eso el final de esta novela es abierto. Pienso que debe haber una pieza faltante, esa parte que permite que haya una reflexión después, que sigas pensando en la novela. En la literatura japonesa y en el cine asiático también sucede eso. Se trata de quedarse con la novela durante mucho tiempo, y la ambigüedad permite eso: querer regresar a desentrañar algo.
¿Esa pieza faltante le corresponde al lector?
Si lo desea, sí. Quizá yo quizá yo tampoco la sé, porque también partí del presupuesto de que es imposible aproximarse al cien por ciento a una figura histórica. Siempre que uno habla de alguien más, habla desde una óptica parcial. Eso, por otro lado, permite también hacer una versión única de esa persona. No me interesaba tanto pensar en el Mishima que todo el mundo conoce, en el que encuentras en Google, sino hacer una versión propia.
En esa apropiación, ¿cómo encontraste el balance entre el referente real y el personaje que inventaste?
Es una pregunta compleja. A mí me importa mucho el locus de enunciación. Si esta novela la hubiera escrito un japonés o un moscovita, habría sido otra distinta. En mi caso, se trata de la novela de un autor mexicano que nunca ha estado en Japón y que no habla japonés. Comprendo que parto de la ignorancia, de ese vacío que mencionaba antes. Sin embargo, para mí es importante darle permisos a la imaginación y a la fantasía. Soy consciente de que no puedo aprehender del todo al personaje y a su contexto, pero es esa imposibilidad la que me interesa. La novela no parte de una presunción de verdad, la literatura no tiene que ser una comprobación de la realidad. No escribo sobre el Japón real ni sobre el Yukio Mishima real, son personajes y contextos que tienen una lógica dentro de la novela. El problema no es el permiso de escribir sobre algo que no eres, sino cuál es el tratamiento. Desde luego, hubo una investigación, pero también comprendí que la novela tiene su propia lógica. Me interesa más particularizar a este Mishima. No sé si me gusta tanto la palabra apropiar. Es, más bien, interpretar como si fuera un actor. ¿Qué le aporto yo a ese personaje? Se trata de habitarlo, recrearlo.
Muchos pasajes de la novela están escritos en primera persona. De algún modo, te introdujiste en la psicología de Mishima.
Hay algo de eso. Estuve tres años escribiendo esta novela; me despertaba con Mishima y me iba a dormir con él. No siento que psicológicamente tengamos mucho en común, pero, en el proceso de habitar al personaje, lo corporal fue muy importante para entenderlo. Por ejemplo, iba al gimnasio e intentaba hacer ciertas cosas que él hacía. Necesitaba probar con el cuerpo para después escribir. Es un punto intermedio entre el teatro y la narrativa. Esa parte corporal me permitió entender al personaje y su transitar en el mundo.
Publicada originalmente en Laberinto, de MILENIO.