Ángel Soto | Periodista cultural / Editor / Traductor /

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Gael García Bernal

Escribir es ejercer la memoria. No obstante —ya lo afirmaba Marcel Proust en su admirable En busca del tiempo perdido—, “recordar cosas del pasado no necesariamente significa recordarlas como ocurrieron”. Cuando se trata de hablar de la realización de Chicuarotes, su segundo largometraje como director, Gael García Bernal comulga con esa máxima. “Me acuerdo de todo, pero no recuerdo qué pasó antes, ni qué pasó después”, comenta en entrevista exclusiva desde Guadalajara, su terruño. La charla ocurre previo a la presentación de un libro homónimo el último fin de semana de actividades de la FIL 2019.

Editado por Sexto Piso, el volumen reúne siete aproximaciones a la película o, mejor dicho, miradas críticas que parten de ella para reflexionar aspectos de la realidad mexicana en el siglo XXI.

En el texto inaugural, surgido de su propia pluma, García Bernal relata la génesis de la cinta, desde su primer encuentro con el guión de Augusto Mendoza —autor de otro de los ensayos incluidos en el libro—, hasta el desafío de las primeras proyecciones y la supervivencia al sismo del 19 de septiembre de 2017, que dañó profundamente a San Gregorio, el pueblo de Xochimilco que sirvió de locación para la historia de Cagalera y Moloteco, los protagonistas.

Para hacer una analogía con el cine, podríamos decir que este libro es una suerte de Writer’s cut

Sí, puede ser, porque desde el principio, desde que estábamos en la preproducción, surgió la idea de hacer un libro. Pero siempre el ángulo fue claro: la idea nunca fue hacer un libro sobre la película, sino sobre las tangentes que genera. En ese sentido, el libro es una especie de tangente de la tangente. Aparte es una postal que nos va a acompañar para siempre, un regalo de la recapitulación para los que hicimos la película.

Además, el libro te permite conducirte en otros códigos

Hay también ciertas cosas que en la película no pudieron ser explicadas, porque la película no explica; las películas cuentan, juegan, tienen una consecuencia narrativa. En un libro sí puedes explicar ciertas cosas que pasan en ese entorno y que fuimos notando durante el proceso, cuando fuimos incorporando ese lugar [San Gregorio] en nuestro haber. Teníamos mucho que decir acerca de lo que pasó ahí, de quiénes son los Chicuarotes, de qué es ese lugar, qué pasa con la juventud en México, en el mundo. Tuvimos muchísimo material para poder contar cosas y, sobre todo, pudimos invitar a gente a que dijera qué piensa sobre ciertos temas en la película.

Verlo desde esa óptica es interesante, con términos marxistas, incluso. De alguna manera te das cuenta de ciertas inconsistencias o realidades que vivimos, que son ciclos a los que no le vemos la salida. Y que no los nombramos como deberían de ser nombrados. 

¿Cómo te enfrentas a revivir un proceso así, ahora desde la escritura, después de haber parido la película?

En el cine hay un tiempo espacio bastante arbitrario, bastante construido, donde uno puede cambiar las cosas a placer. Eso es lo que pasa cuando uno edita. Para escribir, me agarré, en un afán cronológico, de las incorporaciones de ciertas personas clave en la película: cómo fue que conocí a tal personaje, al que hizo la música, al que hizo la fotografía... Me fui agarrando de la experiencia humana y eso me dio cierto orden, porque lo demás, no tengo idea de qué sucedió antes y qué después, pero lo recuerdo todo. 

A veces uno se olvida de que los realizadores son lectores lectores perpetuos

Es que ahí es donde nace y donde desemboca todo. Tenía mucho que decir y quería encontrar el lenguaje para contarlo. Herzog lo dice muy bien: “el cine es el lenguaje, el recurso, el lugar que le fue dado a los analfabetos”, porque el cine es muy ajeno la academia y a la literatura, a la parte más intelectual. El cine es más pedestre en muchos sentidos. Coincido, a veces, con lo que él dice, pero siento que hay algo de eso. Hacer una película es más de instinto. Sí influye la cultura visual que uno tiene, pero es más el instinto el que te lleva a buscar dónde acomodar la cámara para tal cuadro o para tal escena. Uno está corriendo un riesgo muy grande siempre. Supongo que en la literatura también, pero la literatura requiere otros mecanismos, una cierta condición física. Quizá el cine también, lo que pasa es que ya estoy tan adentro, ya no me doy cuenta.

Describiste Chicuarotes como “una tragedia que sabe a carnaval”. Funciona para la película, pero la podemos extrapolar al país

Exacto. Esa frase me la dio Eduardo Vázquez, cuando era secretario de Cultura de Ciudad de México. Él me mencionó que una de las pocas víctimas de la Inquisición en México, cuando estaba atado al poste a punto de ser quemado en la hoguera, mencionó algo como: “qué curioso; esto debería ser un funeral, una tragedia, pero la gente festeja, se la está pasando bien”. Y esas fueron sus últimas palabras.

Creo que sí hay algo ahí que define muy bien lo que pasa en México. San Gregorio podría ser un paraíso en la Tierra, pero es muy frágil y está siendo destruido. No se logra una armonía entre la tierra, el agua y las personas que viven ahí. Ellos la defienden y tienen mucho que decir al respecto. Guardan un secreto sobre cómo hacerle para cambiar las cosas, pero a su vez están festejando 250 fiestas al año.

Quizá porque, al mismo tiempo, la frase esconde un dejo de esperanza…

Sí, al final de cuentas, la vida es también ese frenesí, ese cuetazo.


Publicada originalmente en MILENIO.