Ángel Soto | Periodista cultural / Editor / Traductor /

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El gran cuento de los osos

Cuesta trabajo imaginar que nadie, hasta hace muy poco, había realizado una adaptación animada del trabajo de Dino Buzzatti, una de las mentes más imaginativas del siglo XX. Sus relatos, plagados de poesía y elementos del realismo mágico —a veces incluso considerados kafkianos por una parte de la crítica—, atrajeron al italiano Lorenzo Mattotti, un referente de la ilustración contemporánea que eligió La famosa invasione degli orsi in Sicilia (1945) para hacer su debut en la gran pantalla. Tras un breve periodo de exhibición en la 69 Muestra de la Cineteca Nacional, la cinta se estrenó en México con el título El gran cuento de los osos.

Evocadora de las glorias de la animación francesa, la película de Mattotti es una épica festiva y colorida. Narra, en clave de fábula, la odisea del rey Leonzio y su descomunal manada de osos para encontrar al extraviado príncipe Tonio. En su trayecto desde las montañas sicilianas, el monarca y sus expedicionarios descubren su gran escollo: la ignorancia y la pedantería de los hombres que, sometidos al malvado Gran Duque, se revelan violentos y aciagos desde el primer encuentro. Así, entre hechizos de magia, jabalíes convertidos en globos flotantes, bestias colosales y fantasmas bailarines, El gran cuento de los osos opone las virtudes atribuidas a la manada —honorabilidad, valentía, lealtad— a los peores vicios humanos. Hay también un guiño a la tradición juglaresca, pues es gracias a la voz de dos narradores itinerantes, Gedeone y la pequeña Almerina, que atestiguamos la travesía mamífera.

Cuando a la postre Leonzio encuentra a Tonio en medio de un acto circense y el Gran Duque es defenestrado, comienza una era de armonía y convivencia entre osos y humanos, gobernados ahora por el benevolente rey oso.

Es formidable el esplendor estético que Mattotti —arquitecto de formación— plasma en algunas de sus mejores escenas. La suya es una animación de coloraturas portentosas y geometrías encantadoras en dos dimensiones. Sus secuencias coreográficas al compás de la música del francés René Aubry la proveen del encanto de los clásicos.

“Hay mucho amor a la pintura italiana, a la iconografía y estética europeas. Y sobre todo, no hemos tenido miedo del color”, dijo el realizador en una entrevista a la publicación digital de la asociación española Colectivo MediterráneoSur.

Ese idilio visual ha sido parte fundamental de la trayectoria de Mattotti. Su trabajo incluye, entre otras cosas, libros ilustrados, carteles, cómics, varias portadas memorables para la revista The New Yorker y carteles para La Mostra de Venecia y Cannes, donde presentó El gran cuento de los osos en la sección Una cierta mirada.

Llegado este punto, es pertinente señalar las interpretaciones que esta historia escrita en la posguerra suscita a la luz del estado actual del mundo. ¿Cómo leer el relato de un éxodo, del encuentro de dos cosmovisiones en apariencia opuestas, en esta era de políticas ultraconservadoras y retóricas antiinmigración? Quizá no era la intención de Mattotti —ni la de Buzzati—, insertar su obra en ese contexto. Tal vez quien lea estas líneas me acuse de rendirme a la sobreinterpretación. Pero el análisis no pierde relevancia en un contexto tan apremiante como el nuestro. Es necesario advertir: ¿por qué la violencia aparece como el primer instinto cuando el otro se aproxima?

Publicada originalmente en Laberinto, de MILENIO.