Ángel Soto | Periodista cultural / Editor / Traductor /

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La conjura contra Porky

Hay lecturas indomables y hay escrituras bravías. Fernando Vallejo propicia ambas cosas. En La conjura contra Porky, su novela más reciente, un hombre se sorraja un tiro en el corazón entre las paredes de ladrillo cocido de la Basílica Metropolitana de Medellín. Dueño de una voz insolente y fiera, ese hombre despotrica sin mesura como un francotirador armado de frases envenenadas e improperios cargados de humor negro. Nos habla desde el cielo y con la autoridad que le confieren las alturas.

Decidido a no dejar títere con cabeza, este orador injurioso desliza desde los primeros párrafos su vocación explosiva: a Colombia le dice “paisucho”, a Dios lo nombra “el Loco de arriba, Ser de la Sinrazón”, al actual Papa lo llama “el desvergonzado Bergoglio” y a la prensa la acusa de “alharacosa”, que es otra manera de subrayar su propensión al sensacionalismo. A lo largo de la novela, el narrador se arroja también contra las matemáticas, la física cuántica, la astronomía, contra Newton y Einstein, contra la gravedad y la relatividad, contra Darwin y Jesucristo, la reproducción humana, las unidades de medida, las computadoras, la RAE, el jazz… y una lista que se prolonga página tras página. Su relación con el mundo depende de la cólera.  

Sobre todo, arremete contra Porky. ¿Y quién es Porky?, se preguntarán ustedes. “Porky es un asqueroso. La gran desgracia de Colombia es él. O mejor dicho ellos: los Porkys”, nos espeta el narrador, que se presenta ante nosotros como Fer —presumiblemente un alter ego del propio escritor. Porky es, entonces, el contenedor de todos los hombres que han ocupado la silla presidencial colombiana. Así, en el río de hiel de Fer nadan “Porky Santos”, “Porky Gaviria”, “Porky Uribe”, “Porky Petro” y tantos otros.  

Pero no se crea que nuestro narrador es únicamente un acumulador de odios. Es cierto que detesta a la humanidad —con particular énfasis en las madres, “perpetuadoras de la especie” que le consume el hígado—, pero también ama, y lo hace fervorosamente. ¿Y a quién ama este hombre malgeniado? A los animales, y en particular a Brusca, la perra callejera que adoptó en México. Si existe un ápice de amor en él, está indudablemente reservado para ese can.

Los asiduos vallejianos sabrán que el improperio contra la religión no es una novedad. El sitio web “Centro de Medellín”, que promueve el turismo en la ciudad natal de Vallejo, presume en su sección dedicada al Colegio del Sufragio que sus instalaciones han albergado estudiantes a lo largo de 75 años, “entre ellos el escritor Fernando Vallejo”. Para el autor, sin embargo, el orgullo no es recíproco. En algún punto hacia la mitad de La conjura contra Porky, el narrador vuelve a la casa de su infancia y recuerda que sus padres confiaron la educación de sus creaturas “a los esbirros de Juan Bosco, los salesianos del Colegio del Sufragio, unos curas de una maldad e ignorancia rabiosas”. 

El anticlericalismo de Vallejo ha aparecido en sus obras anteriores. En Los días azules (1985), el escritor exhibió su relación fatal con el catolicismo. Y en La virgen de los sicarios (1994), una de sus novelas más celebradas, le atribuyó a uno de sus personajes la ambivalente peculiaridad de ser asesino y devoto. Para felicidad del narrador, el Armagedón nuclear en La conjura contra Porky acabó también con todos los vestigios de las religiones monoteístas.

Al suicidio del narrador lo sucede un apocalipsis delirante: ondas expansivas de magma, rayos zigzagueantes, edificaciones reducidas a cenizas, gritos y rezos desesperados ante el embate nuclear. Un disturbio planetario ocasionado por “Putin, Biden y Fu Manchú”, según nos informa nuestro narrador, que a estas alturas ya nos ha absorbido en el flujo incesante de su discurso. Y aquí, Vallejo parece revelar uno de sus artilugios literarios. En algún momento entre el vituperio al judeocristianismo y a su propia madre, Fer apunta su fusta verbal hacia los géneros literarios. Nos confiesa que desprecia al cuento por considerarlo engañoso y concede que la novela es “lo máximo en literatura”, porque va “fluyendo frase tras frase como agua limpia de la fuente, libre de paja y embustes”.

Fernando Vallejo ha gestado un libro cáustico, que injuria pero estimula. La suya es una prosa frenética, como la velocidad que ha adquirido el tremebundo presente que habitamos. La conjura contra Porky es un texto que, ante todo, propicia la carcajada. Si esta novela tuviera que ilustrarse con un meme, yo usaría el #ThugLife. Aunque probablemente Vallejo me sumaría a su lista de repudiados si se enterase de esta comparación.


Publicado originalmente en la revista Langosta Literaria.