Toto Nava
Toto Nava mira hacia un horizonte imaginario mientras improvisa una melodía en el balcón de su departamento. Casi no parpadea, pero gesticula como si sostuviera una conversación. Cada tanto, su rostro dibuja la mueca de quien recibe un anuncio inesperado. Es casi tan alto como su contrabajo, de modo que la escena sugiere un auténtico diálogo entre pares: el músico habla con las manos y el instrumento responde con sonidos aterciopelados. Sólo desvía la vista hacia el diapasón cuando la línea melódica lo encauza al registro agudo. El clímax demanda atención plena.
Lleva el cabello recogido al estilo chonmage, como un samurái recién salido de alguna postal japonesa. La recta geometría de su camisa a cuadros contrasta con la forma sinuosa del contrabajo. Se inserta en el trance de la música con una velocidad inaudita que le permite ignorar el sonido que produce el mecanismo de mi cámara, a contrapunto de sus pizzicatos.
Toto habla con la sólida calma de quien está acostumbrado a sostener a una banda desde las profundidades de la armonía. “Al contrabajo lo elegí porque me enamoré de su timbre”, me contó minutos antes, durante una conversación a propósito del lanzamiento de su álbum debut, Noche suspensa. El disco es la cumbre de un largo trayecto de indagaciones sonoras y búsqueda de identidad. “Aquí está toda mi esencia artística”, dice.
Los escarceos musicales de Toto Nava no ocurrieron en las demarcaciones del tacto, sino en la comarca de la respiración. Cuando tenía unos ocho años, empuñó por primera vez un clarinete. Con los dedos prendados al instrumento que Woody Allen patentó como marca personal en sus presentaciones del Café Carlyle, Toto —junto a sus hermanos y algunos primos— se integró a una orquesta infantil. Ahí adquirió los fundamentos de la música y de la ejecución colaborativa. La transición al contrabajo ocurrió años más tarde. El itinerario incluyó pruebas con la guitarra, la batería e incluso al micrófono; tanteó el punk y el rock, pero nada le atrajo tanto como el jazz. Se había aficionado a escuchar música ejecutada con la formación clásica de los tríos acústicos: piano, bajo y batería. En aquellos años, estimulado por los experimentos de Jaco Pastorius, probó sus dotes de laudero: removió los trastes —esas tiras metálicas que delimitan la distancia entre los semitonos— de su bajo eléctrico. La intervención fracasó. Toto descubrió que la organología no le deparaba un futuro prometedor, pero a cambio obtuvo una certeza: se decantaría por el instrumento acústico de las frecuencias graves.
Con sensata precaución, Igor Stravinsky se vacunó contra las interpretaciones semánticas de su música: “Considero que la música es, por su propia naturaleza, impotente para expresar nada”. Toto Nava, sin embargo, compone con el ahínco de un exégeta. Buena parte del material que constituye el álbum está inspirado en la literatura. Los motivos y las progresiones armónicas de “Noche suspensa”, la pista que de título al disco, provienen de algunos versos que Octavio Paz escribió en “Raíz del hombre”:
Ardan todas las voces
y quémense los labios;
y en la más alta flor
quede la noche detenida.
Nadie sabe tu nombre ya;
en tu secreta fuerza influyen
la madurez dorada de la estrella
y la noche suspensa,
inmóvil océano.
“La idea central del disco”, explica el músico, “era expresar en un tema musical los sentimientos que me produce el verso, buscando motivos melódicos que aludieran a ello. A mí esos versos me hacen pensar en el anhelo”.
En el jazz, el blues y el rock, el término walking bass describe una línea ejecutada en el bajo. El patrón que sigue esta melodía alude a una caminata, un paso constante que marca el carácter de la obra. Es un recurso tan frecuente como la síncopa o el toque con swing. En forma elocuente, Toto eligió un título que destaca por contraste: Noche suspensa, un elogio a la inmovilidad.
Si el poema de Paz privilegia la quietud, la narrativa de Roberto Bolaño apunta al movimiento. Los tracks seis y siete, compuestos y grabados en sesiones previas a la pandemia de covid-19, son temas cuyo talante proviene de 2666, una de las novelas póstumas del escritor chileno. “Cuando algo me impacta, necesito drenar esas emociones. Antes lo hacía en el dibujo, ahora lo hago en la música”, explica Toto.
En los tiempos dorados del jazz, los músicos debían conjugar su labor artística con otros empleos que les permitieran subsistir. Hubo pianistas que en sus horas extras la hacían de meseros, saxofonistas que actuaban en películas de los grandes estudios de Hollywood y compositores que alternaban con el periodismo. En la era de la hiperconexión y la brevedad, esa condición parece inalterable.
Toto Nava se graduó de la Universidad La Salle como arquitecto. Llegó a esa profesión impulsado por una afición al dibujo, aunque más tarde descubrió que las pasiones y los anhelos pueden ser antagonistas irreconciliables. “La arquitectura es una carrera demasiado exigente, demanda tiempo y sacrificios”. Reconoce que la arquitectura le otorga estabilidad financiera, pero con los años ha corroborado que la multidisciplina paga buenos réditos. Quizás esa es la fórmula que explica su estilo creador: mente estructuralista e intuición de improvisador.
Conocí a Toto en el número 165 de la calle Edzna, en la colonia Letrán Valle. Ahí, en la tercera planta de una casa azul, está el centro de operaciones de Struttin’ Jazz Lab. Con Roberto Verástegui —pianista, compositor y uno de los músicos que grabaron Noche suspensa—, Toto fundó este proyecto pedagógico. Admite que la idea surgió en como una alternativa ante la parálisis del circuito musical durante la pandemia. No obstante, pronto descubrió las virtudes de compartir el conocimiento. “Nos dimos cuenta de que enseñando seguíamos aprendiendo. Se volvió un gusto adquirido”
La ruta del jazz ha llevado a Toto a Berlín, Texas —hizo una maestría en la North Texas University—y numerosos escenarios de México. ¿Cuál es, actualmente, la aspiración más alta de Toto Nava en el jazz? “Quiero que la música no sea exclusivamente de los puristas. Estoy convencido de que esa es la naturaleza del jazz: estar evolucionando. Ahora hay mucha gente que está explorando por otros lados. Todos hemos aprendido de eso. Me encanta que siga existiendo el swing, pero quisiera encontrar una voz accesible para más gente”.
Después de todo, el jazz es fusión por antonomasia. El cambio es su única constante.
Publicado originalmente en Laberinto, de MILENIO.